A una monja que reza
Me
gusta verla en la iglesia,
con
el alma doblada en sus ojos,
con
el pecho cargado de fuego
y
su rostro de suaves sonrojos.
Fuente
de amores perpetuos
se
adivina en su andar sereno,
se
desliza, como muerto, el silencio
al
ancho cuenco de su seno.
Me
gusta verla en la iglesia,
arrodillarse
ante Jesús escondido,
despojada
de todo su cuerpo
y
su yo terrenal vencido.
Sus
manos en palma florida
se
aprietan contra su pecho.
Y
se llena la iglesia de rayos
que
inundan mi alma de acecho.
Parece
que more en su rostro
sublime
luz de fuente astral.
Parece
que ocupe la dicha
el
hueco azul de su forma carnal.
Y
es Dios quien se muestra silente
en
la humilde monja que reza,
ajena
de ser el divino espejo
que
derrama Su luz en mi alma entera.
Poema de Francisco
José. 8-Julio-2017.
Santa Clara, pintura de Francisco Domingo Marques
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